jueves, 19 de marzo de 2015

La del martillo y el madero (Experimento Marcos '15)

            ¿Sabéis eso de tener que reposar después de comer, para luego volver a estar a tope después de la comida? Pues como podría decirlo... he necesitado casi una semana para poder digerir todo lo que aprendí en las últimas 7 semanas. 
            Todo empezó con una reunión donde me ofrecí voluntaria a aprenderme la Sección 2 del Evangelio de Marcos. ¿En que consistió? Pues en salir delante de gente que conocía de vista, a otros de haber hablado con ellos un rato, y algunas de mis mejores amigas. Salí y me leí varias veces la parte B, luego la A, y luego la C, todo tenía una lógica muy buena, empiezas por lo más difícil y acabas con lo más fácil. 
        Así que, empezaron 6 semanas de aprenderse de memoria las secciones o partes principales del evangelio de Marcos. Cada semana teníamos una sección, a la tercera semana ya me puse en serio y me aprendí bien las tres primeras secciones, que hasta aquel momento solo me había leído los capítulos. La última semana y casi antes del primer ensayo me aprendí las siguientes tres secciones. 
        Podréis decir que fui irresponsable, y sí, lo fui, porque no era tanto, quizás me tomaría media hora a la semana, pero creo que nunca acabé de creerme que podría aprenderme bien, de memoria todo lo que sucedía en evangelio. Hasta que vino el primer día de ensayos y vi que quien interpretaba a Jesús se sabía perfectamente cada una de las palabras que ponía en el evangelio, y no solo eso, las representaba. También ese día me enteré que iba a hacer de farisea. 
            Allí empezó la aventura. 
           El viernes fue incluso divertido hacer de mala, me decían que tenía que dar un poco más de miedo y me sentí muy bien cuando me dijeron que lo hacía bien. 
         El sábado estuvimos 13 horas, haciendo todo el montaje, todo esto sin guión, solo con las indicaciones del director, a nosotros los fariseos nos dio unas hojas con unas guías para los diálogos, pero fuimos los únicos. El resto fue surgiendo sobre la marcha, cada vez que parábamos, dábamos nuestra opinión y fuimos creando un espacio muy chulo donde nos dábamos ideas unos a los otros para que la obra saliese mejor. Ninguno fue más importante, todos hicieron su papel por el bien de la obra en sí misma. Ese era nuestro objetivo. 
           Pero hasta el domingo, con los nervios de la primera representación, no supe lo que de verdad suponía ser farisea, lo que suponían de verdad las palabras de Jesús, lo que suponía gritar durante un minuto: ¡Crucifícalo! ¡Mátalo! 
          Luego, coger un martillo y dar en un ritmo uno... dos... uno, dos, tres, cuatro cinco... tres veces, para cada mano y las piernas de Jesús. Sentí mis manos temblar y todos mis sentidos estar alerta por los golpes y por lo que yo hacía, pero allí no acababa, tuve que gritarle a Jesús, tuve que burlarme de él y luego callarme, esconderme en el silencio, y esperar que alguien en público pudiera ser salvo, que alguien en el público se sintiese tan pecador o pecadora como me sentía en ese momento. 
        Tuve que esconderme detrás de las sillas y mirar cómo quién hacía de soldado levantaba la mano y clavaba figuradamente los clavos y seguir su guía. Tuve un leño delante de mi y el martillo, no solamente sonaba en el golpe, vibraba y producía un eco que daba miedo. 
            Esa noche acabé agotada, pero estaba de alguna forma contenta porque todo había salido bien. Pero luego a la hora de orar, me di cuenta de lo que significaba todo aquello, de que no era solamente una representación, sino que era mi vida, la vida de todos los de allí, la vida de todos crucificando al hombre más justo que pisó la tierra, el  hombre que ofreció su mano y su sonrisa a todos los que eran rechazados por los fariseos y por la gente de bien. Jesucristo murió por mí y por todos, y yo fui la que con mis manos hacía pam... pam... pam, pam pam, pam, pam, y no una vez, tres veces, 21 veces sentía el martillo en mis manos vibrar y 21 veces me estremecía un poco más cada vez que lo hacía. 
         Pero no acababa allí, el regalo de la vida de Jesús tenía que ser representado tres veces, quedaban dos veces más.
           Después de la segunda representación, me sentí muy vacía y luego por comentarios que me dijeron, empecé a comerme la cabeza con una idea: yo era malvada, había algo feo y malvado en mi, que me hacía ser una farisea tan convincente, había algo atractivo en esa actitud, algo que mucha gente desea. Tener el poder de atropellar a los demás, tener la reputación de santo y que seas intocable. La sola idea me revolvía las tripas. 
        Pero durante toda la mañana del martes, descubrí que tenía gente a mi lado, que habían pasado por lo mismo que yo y que no estaba sola, se lo conté a la gente más cercana, porque ahora se habían convertido en cercanos a mi y ellos me animaron. Pero hasta que no oramos y hasta que no sentí la necesidad de pedir de verdad ayuda a todos y oración, no me quedé en paz. Cuando las lágrimas empezaron a caerme por las mejillas y cuando el director me dijo que él también había tenido un día duro y cuando empecé a ser abrazada por mis chicas y ya luego por el resto, me sentí en casa. 
            Sentí que aquello había tenido más de un propósito. 
         Quizás no era la única que se había dado cuenta del regalo tan grande que Jesús había hecho por nosotros, el de morir por nuestros pecados. No era la única que sentía ganas de llorar, no era la única que había tenido una gran lucha espiritual, psicológica y física, durante estos días, no era la única que se había sentido perdida, pero ahora volvía a ser encontrada por el hombre más santo que pisó la Tierra, el hijo de Dios hecho carne, el hijo de Dios que fue y le arrebató a Satanás el control que él tenía sobre mi vida. 
          No fue una obra de teatro, no fue solamente una locura hacer un montaje de tales dimensiones sin guión y sin actores profesionales, no fue solamente una herramienta de recordarle a la gente las palabras de Jesús y su sacrificio, fue recordarnos a cada uno de nosotros, los actores, el amor tan grande que estábamos experimentando y que nuestras vidas podrían traer más fruto, que había aún más sitio para Jesús en nuestras vidas, recordarnos quienes somos.
         En mi caso, recordarme que todo lo bueno que tengo en mí, se ve multiplicado cuando tengo a Jesús en mí, que puedo sonreír y puedo tener amor en los peores días, porque él tuvo amor, el amó como ninguno, el amó a todos los que le traicionaron. 
           También aprendí que ser discípulo de Jesús, es estar consciente de tu humanidad, de tus debilidades y que solo mediante el precioso sacrificio de Jesús haces lo que haces, que el mérito tiene que ser de Él. 
            Creo que sacamos esta obra hacia adelante, por el propósito que tuvimos desde un principio, hacer algo para dar de vuelta al menos un poquito de lo que Jesús nos regaló a nosotros. No hicimos esta obra para nuestra gloria, no la hicimos por demostrar lo buenos actores que somos, no la hicimos solo para que saliese bien, no, la hicimos con amor y de esto no fui consciente hasta hace poco, pero si no hubiéramos experimentado tal amor de Jesús, esto, el Experimento Marcos nunca hubiera salido tal como lo hizo. 
          El Experimento Marcos, ahora ha cobrado vida, y siempre será algo vivo en mi, algo que me ha acercado a Jesús y sé que siempre podré volver a él, porque yo he experimentado a Jesús, yo lo experimento cada día, yo creo que Él es el salvador de mi vida, yo creo que Él murió por mis pecados y yo creo que no soy ni digna de desatarle las sandalias. A pesar de eso, Él me abrazó y Él me ama y me tiene en sus brazos en cada paso de mi vida, a pesar de que haya sido yo la del martillo y el madero, a pesar de que todos hayamos sostenido ese martillo y ese madero, a pesar de que todos hayamos gritado: ¡Crucifícale! 
Él es Jesús de Nazaret, rey de mi vida.