¿Sabéis eso
de tener que reposar después de comer, para luego volver a estar a tope después
de la comida? Pues como podría decirlo... he necesitado casi una semana para
poder digerir todo lo que aprendí en las últimas 7 semanas.
Todo empezó
con una reunión donde me ofrecí voluntaria a aprenderme la Sección 2 del
Evangelio de Marcos. ¿En que consistió? Pues en salir delante de gente que
conocía de vista, a otros de haber hablado con ellos un rato, y algunas de mis
mejores amigas. Salí y me leí varias veces la parte B, luego la A, y luego la
C, todo tenía una lógica muy buena, empiezas por lo más difícil y acabas con lo
más fácil.
Así que,
empezaron 6 semanas de aprenderse de memoria las secciones o partes principales
del evangelio de Marcos. Cada semana teníamos una sección, a la tercera semana
ya me puse en serio y me aprendí bien las tres primeras secciones, que hasta
aquel momento solo me había leído los capítulos. La última semana y casi antes
del primer ensayo me aprendí las siguientes tres secciones.
Podréis
decir que fui irresponsable, y sí, lo fui, porque no era tanto, quizás me
tomaría media hora a la semana, pero creo que nunca acabé de creerme que podría
aprenderme bien, de memoria todo lo que sucedía en evangelio. Hasta que
vino el primer día de ensayos y vi que quien interpretaba a Jesús se sabía
perfectamente cada una de las palabras que ponía en el evangelio, y no solo
eso, las representaba. También ese día me enteré que iba a hacer de farisea.
Allí empezó
la aventura.
El viernes
fue incluso divertido hacer de mala, me decían que tenía que dar un poco más de
miedo y me sentí muy bien cuando me dijeron que lo hacía bien.
El sábado
estuvimos 13 horas, haciendo todo el montaje, todo esto sin guión, solo con las
indicaciones del director, a nosotros los fariseos nos dio unas hojas con unas
guías para los diálogos, pero fuimos los únicos. El resto fue surgiendo sobre
la marcha, cada vez que parábamos, dábamos nuestra opinión y fuimos creando un
espacio muy chulo donde nos dábamos ideas unos a los otros para que la obra
saliese mejor. Ninguno fue más importante, todos hicieron su papel por el bien
de la obra en sí misma. Ese era nuestro objetivo.
Pero hasta
el domingo, con los nervios de la primera representación, no supe lo que de
verdad suponía ser farisea, lo que suponían de verdad las palabras de Jesús, lo
que suponía gritar durante un minuto: ¡Crucifícalo! ¡Mátalo!
Luego, coger
un martillo y dar en un ritmo uno... dos... uno, dos, tres, cuatro cinco...
tres veces, para cada mano y las piernas de Jesús. Sentí mis manos temblar y
todos mis sentidos estar alerta por los golpes y por lo que yo hacía, pero
allí no acababa, tuve que gritarle a Jesús, tuve que burlarme de él y luego callarme,
esconderme en el silencio, y esperar que alguien en público pudiera ser salvo,
que alguien en el público se sintiese tan pecador o pecadora como me sentía en
ese momento.
Tuve que
esconderme detrás de las sillas y mirar cómo quién hacía de soldado levantaba
la mano y clavaba figuradamente los clavos y seguir su guía. Tuve un leño
delante de mi y el martillo, no solamente sonaba en el golpe, vibraba y
producía un eco que daba miedo.
Esa noche
acabé agotada, pero estaba de alguna forma contenta porque todo había salido
bien. Pero luego a la hora de orar, me di cuenta de lo que significaba todo
aquello, de que no era solamente una representación, sino que era mi vida, la
vida de todos los de allí, la vida de todos crucificando al hombre más justo
que pisó la tierra, el hombre que ofreció su mano y su sonrisa a todos
los que eran rechazados por los fariseos y por la gente de bien. Jesucristo
murió por mí y por todos, y yo fui la que con mis manos hacía
pam... pam... pam, pam pam, pam, pam, y no una vez, tres veces, 21
veces sentía el martillo en mis manos vibrar y 21 veces me estremecía un
poco más cada vez que lo hacía.
Pero no
acababa allí, el regalo de la vida de Jesús tenía que ser representado tres
veces, quedaban dos veces más.
Después de
la segunda representación, me sentí muy vacía y luego por comentarios que me
dijeron, empecé a comerme la cabeza con una idea: yo era malvada, había algo
feo y malvado en mi, que me hacía ser una farisea tan convincente, había algo
atractivo en esa actitud, algo que mucha gente desea. Tener el poder de
atropellar a los demás, tener la reputación de santo y que seas intocable. La
sola idea me revolvía las tripas.
Pero durante
toda la mañana del martes, descubrí que tenía gente a mi lado, que habían
pasado por lo mismo que yo y que no estaba sola, se lo conté a la gente más
cercana, porque ahora se habían convertido en cercanos a mi y ellos me
animaron. Pero hasta que no oramos y hasta que no sentí la necesidad de pedir
de verdad ayuda a todos y oración, no me quedé en paz. Cuando las lágrimas
empezaron a caerme por las mejillas y cuando el director me dijo que él también
había tenido un día duro y cuando empecé a ser abrazada por mis chicas y ya
luego por el resto, me sentí en casa.
Sentí que
aquello había tenido más de un propósito.
Quizás no
era la única que se había dado cuenta del regalo tan grande que Jesús había
hecho por nosotros, el de morir por nuestros pecados. No era la única que
sentía ganas de llorar, no era la única que había tenido una gran lucha espiritual,
psicológica y física, durante estos días, no era la única que se había sentido
perdida, pero ahora volvía a ser encontrada por el hombre más santo que pisó la
Tierra, el hijo de Dios hecho carne, el hijo de Dios que fue y le arrebató a
Satanás el control que él tenía sobre mi vida.
No fue una
obra de teatro, no fue solamente una locura hacer un montaje de tales
dimensiones sin guión y sin actores profesionales, no fue solamente una
herramienta de recordarle a la gente las palabras de Jesús y su sacrificio, fue
recordarnos a cada uno de nosotros, los actores, el amor tan grande que
estábamos experimentando y que nuestras vidas podrían traer más fruto, que
había aún más sitio para Jesús en nuestras vidas, recordarnos quienes somos.
En mi caso,
recordarme que todo lo bueno que tengo en mí, se ve multiplicado cuando tengo a
Jesús en mí, que puedo sonreír y puedo tener amor en los peores días, porque él
tuvo amor, el amó como ninguno, el amó a todos los que le traicionaron.
También
aprendí que ser discípulo de Jesús, es estar consciente de tu humanidad, de tus
debilidades y que solo mediante el precioso sacrificio de Jesús haces lo que
haces, que el mérito tiene que ser de Él.
Creo que
sacamos esta obra hacia adelante, por el propósito que tuvimos desde un
principio, hacer algo para dar de vuelta al menos un poquito de lo que Jesús
nos regaló a nosotros. No hicimos esta obra para nuestra gloria, no la hicimos
por demostrar lo buenos actores que somos, no la hicimos solo para que saliese
bien, no, la hicimos con amor y de esto no fui consciente hasta hace poco, pero
si no hubiéramos experimentado tal amor de Jesús, esto, el Experimento Marcos
nunca hubiera salido tal como lo hizo.
El
Experimento Marcos, ahora ha cobrado vida, y siempre será algo vivo en mi, algo
que me ha acercado a Jesús y sé que siempre podré volver a él, porque yo he
experimentado a Jesús, yo lo experimento cada día, yo creo que Él es el
salvador de mi vida, yo creo que Él murió por mis pecados y yo creo que no soy
ni digna de desatarle las sandalias. A pesar de eso, Él me abrazó y Él me ama y
me tiene en sus brazos en cada paso de mi vida, a pesar de que haya sido yo la
del martillo y el madero, a pesar de que todos hayamos sostenido ese martillo y
ese madero, a pesar de que todos hayamos gritado: ¡Crucifícale!
Él es Jesús de Nazaret, rey de mi vida.
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